lunes, 25 de febrero de 2013

Bitácora de un gato en París: Ya está

"Ya está", me dije a mí mismo hace unos instantes. "Ya está", a pesar de no sentir que era el mejor momento de mi vida. "Ya está", porque comprendí (o reforcé mi idea de) que, más allá de todos los problemas, mi corazón se sentía en paz con todo lo que le rodeaba, al menos en ese rango de tiempo, es decir, con el cuerpo que lo contiene, el cerebro que lo detiene (cuando está al borde cometer alguna locura) y, sobre todo, con el alma que le guarda paciente y que le impulsa a mantener un sístole y diástole que lleva al ritmo sus ganas de avanzar. YA ESTÁ.


Hace unos instantes llovía. Ahora mismo está nevando.
La primera vez que me sorprendió la lluvia en París evité sacar el paraguas de la mochila: quise que el agua enjuagara mi espíritu... y me cagué de risa, feliz.
La primera vez que me sorprendió la nieve en París me puse a correr como un niño en la puerta de mi casa: estaba interesado en los grandes bloques de hielo que se iban formando, como se forma, poco a poco, la personalidad de uno con el correr de los años.
"Ya está", porque comprendo, como ayer y hoy, que todo pasa por algo, y agradezco al cielo, a Dios, a la suerte o como se quiera llamar al destino, cada palabra de aliento de mis amigos, cada abrazo que he dado, cada recuerdo de mi familia, cada golpe recibido (que no ha sido recibido por las puras huevas).
"Ya está", porque comprendo, como nunca, todo lo difícil que puede llegar a ser para otros pasar por esta misma aventura y sobrevivir en el intento y porque, para desgracia o gracia mía, puedo racionalizarla y entender... entenderlo todo... y ayudar.
Yo no quería llegar solo, lo recuerdo bien. Me pasé una vida planificando hasta que un día me di cuenta a golpes, siempre a golpes, de que nadie tiene el futuro comprado y que, por ello mismo, hay que dejarle siempre un espacio a la sorpresa... y, aunque suene a rayos, también hay que dejarle siempre un espacio -uno bastante grande- al egoísmo, a ese que nos ayuda a perseguir nuestra propia felicidad.
Yo no quería llegar solo, pero llegué solo. Es curioso que viviendo en Lima, en algún momento, pensara que estaba solo, porque no sabía del verdadero abismo que hay entre sentirse solo y estar realmente solo. Y contra todo eso, contra viento y marea, uno aprende... aprende a tolerar, a comparar con certezas, a caminar, a perdonar... a vivir.


Un sueño puede convertirse en una pesadilla si es que no se le da la oportunidad de transformarse a sí mismo en maravilla, de mutar con cada gota de lluvia que cae como si fuera la primera vez que algo así moja el cuerpo, o con cada copo de nieve que abraza con un frío que es paliado por un cálido gesto de optimismo, pues hay que reírse siempre de lo malo y disfrutar lo bueno como si no hubiera un día después de hoy.
"Ya está". Cerré muchos círculos antes de llegar aquí. Besé lo que pude. Apreté lo que pude. Lloré lo que pude. Gocé lo que pude... Recuperé a gente a la que echaba de menos horrores y dejé en el camino a quienes no valían el esfuerzo. He querido. Me he arriesgado. He amado. No hay nada de qué arrepentirse: extraño, como nunca, pero también vivo como nunca... No hay mejor momento que al ahora... y la verdad es que realmente nunca llegué solo, pues traje conmigo, como siempre explico, en el bobo, un puñado de gente valiosa. Y es así, desde luego: uno nunca está solo, jamás. YA ESTÁ.

Les Arènes de Lutèce

PD: Cuando la lluvia cae sobre el Botánico aquí se quedan solo los fantasmas. Ustedes pueden irse. Yo me quedo.

Ni oui ni non - Zaz

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