miércoles, 21 de noviembre de 2012

Bitácora de un gato en París: Mi nuevo barrio (II)

Hace más de un mes que tengo un lugar en donde vivir. Saint-Maur-des-Fossés es tranquilo. Si bien mi casa queda en una zona alejada de París centro, se ubica muy cerca de una estación de metro, Saint-Maur-Créteil y, al mismo tiempo, de una zona comercial en la que no falta su típica brasserie, su infaltable bureau de tabac, una panadería como Dios manda, supermercados varios, una tienda donde venden manga (yeah!) y hasta un McDonald's, aunque mejor que esto es un kebab que vende un rico y grasoso sándwich griego a cinco euros, que trae carne en cantidades descomunales, papas fritas y cremas al gusto (entre ellas una que es color rojo intenso y que al comer es como tener el infierno en la boca).
Debo confesar que nunca me había provocado conocer más que los 20 metros a la redonda que rodean mi casa parisina, parte por el poco tiempo que he tenido por las clases de mi maestría y porque tenía mucho cuidado en no salir al saber que día a día la temperatura está bajando de una forma descomunal, y yo no aguanto mucho el frío... o, bueno, no lo aguantaba. Lo que sí hay, por mucho, es humedad, aunque de eso ya tengo algo de experiencia tras haber vivido un tiempo en una de las zonas de Lima más húmedas que recuerdo: Magdalena del Mar.


París es agresiva con el nuevo. Lo trata mal. Lo hace echar de menos su patria.
La verdad es que yo sabía que me iba a sentir solo y que iba extrañar abrazar. Eso estaba en lo posible. Es una pena, porque me gustaría tener más puntos de vista, pero la referencia más notable que tengo de alguien en Francia es la de una ex enamorada llamándome, a menudo, para decirme que estaba harta de esta ciudad, algo que duró, por lo menos, unos cinco meses, lo cual podría parecer exagerado... pero uno nunca sabe, todo es relativo... Si bien al llegar aquí entendía que mis circunstancias iban a ser distintas, por la forma en que lo hice, ahora sé, a ciencia cierta, como es que funciona esto de sentirse un extranjero en París.
En realidad la reacción latina es bastante lógica si se entiende como es que son nuestras culturas, mucho más ligadas a la familia y a los amigos, menos individualistas que la europea. Espero que esto se entienda... veamos: imagínense encontrarse en su tierra natal (para mayores referencias culturales, Perú) y no tener trabajo, solo gastos... de casa, comida, escuela... jodido, ¿no? pero, en "casa", un latino de nivel socio-económico y educativo promedio puede paliar ello sabiéndose conocedor de su ambiente, con un freelo o apoyándose, precisamente, en su familia o amigos. Hay formas de recursearse. Ahora, llegamos a una ciudad nueva, con un idioma distinto y costumbres distintas, yo diría, agotadoras. La misma imagen: no trabajo, porque la mayoría -sino todos- los que llegamos aquí lo hacemos a expensas de vivir una época de nuestros ahorros o de una pequeña pensión mensual. Entonces, al inicio hay solo gastos y se corre en carrera contra el tiempo, que avanza hacia un momento en el que te podrían sacar a patadas por falta de visa. A eso se le puede sumar el poco margen de error que uno debe tener en clase, el pánico a cometer un error, a no ser comprendido, y la necesidad de enfrentar los cursos, precisamente, en una lengua extraña y con el miedo natural al fracaso. No familia. No amigos.
Hace un par de días decidí no hacerle caso al frío o a la incertidumbre y caminar, caminar y caminar. Prendí un cigarro (que fue EL cigarro) y al adentrarme en mi barrio lo que encontré fue un conjunto de parques inmensos, hojas cayendo de los árboles, una vista al río espectacular y bancas en las que alucinaba tener conversaciones interesantes con gente interesante. Sentado en una de ellas me vino a la cabeza la reflexión que hace unos instantes expuse y la certeza de que todo lo que me está ocurriendo me está enseñando muchas cosas valiosas, porque he aprendido a apreciar mucho de mucho y todo de todo. Además, en definitiva, este país tiene cosas maravillosas en cada esquina, cosas que sorprenden y por las que vale la pena avanzar siempre, como la Torre Eiffel o la Mona Lisa.


Mejorar con el idioma francés, conocer personas a las que uno pueda llamar "amigos", conseguir una chamba, acostumbrarse a las costumbres locales... todo ello cuesta tiempo y esfuerzo. Definitivamente Roma no se construyó en un día, ni París se quedará sin franceses de la noche a la mañana (para llenarse de latinos e ingleses :). Mientras tanto, lo que hay que hacer, como todo en la vida, es disfrutar los pequeños y grandes momentos de alegría y aprender de cada lágrima suelta en plaza, pues todo enseña.
Desde luego, ahora mismo estoy tomando té (inglés, ¡ja!) con leche (a la inglesa, ¡ja!) y sin azúcar, tras acabarme una sopa verde (así se llama) que cualquier peruano atiborraría de sal o enjuiciaría, seguramente, por su "falta de sabor". Mañana planeo desayunar unos crêpes con miel de fleurs y almorzar en el resto universitario donde, en un día regular, sirven couscous como guarnición acompañado de zanahorias sancochadas y un pollo au poivre, todo bastante bajo en condimentos.
Poco a poco, tiempo al tiempo. Como siempre, paciencia y buen humor.

Extranjero - Enrique Bunbury

No hay comentarios:

Publicar un comentario